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De la exigencia a la preferencia

La baja autoestima es una de las dificultades más comúnmente trabajadas en terapia y en Psicología. Se da mucho en población general, pero es algo aún mucho más frecuente cuando existen otros problemas psicológicos, por ejemplo, ansiedad, depresión, etc. La baja autoestima está frecuentemente ligada al origen y/o mantenimiento de algunos problemas psicológicos.

No es infrecuente encontrarnos que, además de esta baja autoestima, la persona ha puesto encima de ella una fuerte carga de autoexigencia, una mezcla muy peligrosa. No es raro, ante estas circunstancias, sentir que la felicidad se escapa entre nuestros dedos, que nada nos llena, o que nos sentimos perdidos.

Muchas veces la infelicidad procede de las altas exigencias a las que nos sometemos. Creemos que para ser feliz hace falta mucho y en realidad esto no es así, si bien el ideal de felicidad será diferente para cada persona, es cierto que el exigirnos cosas externas para conseguirlo no hará que seamos más felices y el machacarnos internamente tampoco. Así pues, la felicidad requiere de un trabajo personal constructivo (no destructivo). Para poder ser feliz, primero debo permitirme serlo y gestionar aquellos procesos que dificultan que pueda conseguirlo, como el exigirme de forma desmesurada, el autocontrol extremo, los pensamientos distorsionados, la no aceptación, etc. De todo esto podemos deducir que la felicidad es, en gran parte, un proceso interno.

Albert Ellis (una de las eminencias en psicoterapia) decía, que la actitud más deseable hacia uno mismo (y hacia los demás y la vida en general) debe ser la de preferencia y no la de exigencia. Esta idea se basa en la aceptación de nuestras limitaciones y la realización de nuestras posibilidades (nuestro yo potencial). Es decir, la clave está en diferenciar aquellas cosas (deseos o intereses) que dependen de nosotros y aquellos que no y modular nuestra conducta aceptando unos y modificando otros respectivamente. Esto permite que no nos condenemos por nuestros fallos, sino que aprendamos de ellos y que tampoco perdamos tiempo en luchar contra cosas que no podemos cambiar. En cierta manera, implica que uno se acepte de forma incondicional, conservando una buena autoestima. Nos permite además lograr más sintonía y coherencia entre nuestro yo real (quién soy) y nuestro yo ideal (quién quiero ser). Así pues, con estas estrategias podemos planear nuestros objetivos vitales de otra manera, permaneciendo motivados para conseguirlos.

Todo este proceso es algo que la persona va descubriendo poco a poco a lo largo de la vida, pero es un proceso que se inicia también a través de la terapia psicológica. No es infrecuente para el psicólogo escuchar frases del tipo: “lo tengo todo, pero sin embargo no soy feliz”.

Se inicia aquí, a través del acompañamiento psicológico, un proceso de descubrimiento que le permita entender a esta persona qué barreras (probablemente internas) le impiden sentirse feliz y desarrollada.